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RESEÑA:
Opera prima de un (muy) joven escritor vietnamita que, a juzgar por su magnífica prosa, cargada de poesía (género en el que también destaca y por el que ha ganado varios premios), cualquier lector diría que es un escritor consagrado. En la tierra somos fugazmente grandiosos es una novela, de tintes autobiográficos, en la que el narrador relata su historia a través de una extensa carta que le escribe a su madre.
Nacido en Saigón, "Perro pequeño" (bautizado así por Lan, su abuela materna, en una especie de ritual destinado a proteger a los niños mediante la envestidura de un nombre feo, capaz de ahuyentar a los malos espíritus...) emigra a los dos años de edad a Estados Unidos, donde vivirá con su abuela y su madre, una manicura analfabeta, y sufrirá una profunda discriminación por parte de sus compañeros de escuela por su condición de extranjero, primero, y por ser homosexual, después. Su vida es muy dura, su autoestima es bajísima, y la relación con su madre es contradictoria: hay allí un amor - odio constante del hijo que reclama permanentemente su amor (el padre, golpeador, es, además, una figura ausente) hacia una madre demasiado traumada por la guerra. Sin embargo, hay un punto de inflexión en la vida de este muchacho que ocurre a sus 14 años, cuando va a trabajar ilegalmente a la cosecha de tabaco y conoce a Trevor, un chico norteamericano, blanco, un poco mayor que él y con quien transita sus primeras experiencias sexuales. Ambos se enamoran perdidamente, y sus vivencias ocupan una parte importante del relato (en cantidad y calidad), pero, desgraciadamente, el vínculo se enturbia por culpa del consumo de distintas drogas.
" Alguien me veía, a mí, a quien muy raras veces había visto alguien. A mí, a quien tú habías enseñado a ser invisible para estar a salvo, a quien en primaria habían castigado al rincón de pensar, y en quien nadie había reparado hasta horas después, cuando todo el mundo se había ido hacía tiempo y la señora Harding, almorzando en su escritorio, había alzado la mirada por encima de la ensalada de macarrones y exclamado "¡Dios mío! ¡Dios mío, se me olvidó que estabas aquí! ¿Qué haces todavía ahí?"
La prosa está irremediablemente atravesada por el dolor de la guerra y sus consecuencias irreversibles: la violencia, el desarraigo, la pobreza, la discriminación y las secuelas físicas y mentales. Hay, además, una fuerte, y pertinente, crítica a la sociedad norteamericana y los valores que ella promueve: la adicción a las drogas es uno de los tópicos fundamentales de la narración, asociada indisolublemente a un mercado norteamericano que las promueve.
"Sí, hubo una guerra. sí, nosotros vinimos de su epicentro. En aquella guerra, una mujer se obsequió a sí misma con un nombre nuevo, Lan, y con aquel nombre nuevo se proclamó bella, y luego hizo que esa belleza crease algo que merecía la pena conservar. De ahí nació una hija, y de esa hija un hijo.
Todo este tiempo me decía a mí mismo que habíamos nacido de la guerra, pero estaba equivocado, mamá. Nacimos de la belleza.
Que nadie nos confunda con el fruto de la violencia, violencia, que, pese a haber pasado a través del fruto, no ha conseguido pudrirlo".
Finalmente, es loable, también, el trabajo con el lenguaje (precioso, delicado, original y arriesgado) que realiza Vuong, teniendo en cuenta, además, la importancia material del instrumento que, como a todo extranjero, es la primera barrera que debe atravesar para integrarse como parte de una comunidad nueva:
"Es en momentos así, cerca de ti, cuando envidio a las palabras por hacer lo que nosotros nunca podremos: decirlo todo sobre sí mismas simplemente quedándose quietas, siendo. Imagino que podría tenderme a tu lado y todo mi cuerpo, todas mis células, irradiarían un significado claro y singular, no tanto el de un escritor como el de una palabra apretada contra el lecho, a tu lado".
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